La Plaza Pérez Velasco y Pepe el mendigo

La Plaza Perez Velasco y su tiempo

La Pérez Velasco y el Mercado Lanza en 1967. Foto de Julio Cordero. Subida por David Pérez Hidalgo en  Fotos Antiguas La Paz

Freddy Céspedes Espinoza

Medio día en la Pérez,  los adoquines,  los guardapolvos blancos y los niños que entran al Tilín a gastar el recreo, el peso boliviano, que guardaron para alimentarse de alegría. Es el único lugar de juegos mecánicos con cierto toque moderno de electrónica.

La Perez es un caos de micros multicolores y autos de los años sesenta y setenta  que todavía tienen fuerza para subir las calles adoquinadas . Todo el centro paceño estaba tachonado de adoquines de piedra comanche.

 Algunos muchachos bajan corriendo por la calle Evaristo Valle, detrás,  el compañero reclamando su gorra. En esa carrera loca cruzan las calles en medio de los autos que avanzan lentamente y  muy pegados unos a otros. Los  peligros de ser atropellados no importa ya están en la Perez, lugar de encuentro y despedida de amigos del colegio.

Está al frente el billar Montecarlo,  con mesas de juego hechas de roble duro y centenario, allá pasan las horas muchos oficinistas y badulaques, así decían las abuelas,   que hacen hora,  también carteristas con pilcha,  esperando que los  colectivos y micros se llenen de pasajeros para volarles la billetera.

En sus habitaciones contiguas del Montecarlo, la gente juega Craft y loba, hay verdaderos jugadores que acuden al lugar a diario como si fuese su trabajo; son profesionales del juego y la apuesta. Ganan y pierden, pero pasan el tiempo. No nacieron para trabajar.

Desde la ventana del Montecarlo se ve el El Lido Grill,  está  siempre abierto, nunca duerme. Por las mañanas y hasta medio día se vuelve  confitería, salteñería , cafetería y restaurant para el almuerzo, siempre bueno, algo caro , pero con buen  postre,  satisfecho de los buenos chefs andinos que se las saben todas. En las noches se convierte en bar. En la parte delantera sólo venden shops de cerveza, discreto y con luz tenue.

En la parte interna hay un verdadero salón de borrachos que gastan la plata sin medida. Los garzones esperando matar el cambio o cobrarles por segunda o tercera vez. Los que se excedieron en los gastos, dejan su reloj  Ojival como prenda de garantía.

La Pérez,  lugar de encuentros juveniles, de amores limpios,  de emociones y suspiros, allí está el viejo mercado Lanza.

En la puerta de comidas del Lanza, está el Chuncho, ataviado con plumas de papagayo a semejanza de una corona de plumas con puntas amarillas, azules, rojas,  viste una túnica de bayeta de la tierra y un gancho que le atraviesa la oreja.

Para empezar su show, saca de su maletín  una Boa viva, que sale de su prisión para desperezarse y solearse  en la acera,  acercándose lentamente hasta los curiosos que observan  sorprendidos de su tamaño descomunal.

“Yo no soy ningún  chunchito cochino come víbora” como dicen los que no creen en el poder de la grasa de víbora que cura heridas, dolor de espalda, carachas y rasca rasca”.

Ya la gente está a su alrededor, curiosos y  clientes potenciales que ven,  cómo se corta el brazo con un Gillete.

Es un truco más, los niños se acercan demasiado y con su voz de tenor grita:

¡ chiiico no me pise la víbora!.

 Ya su trabajo está en la etapa de venta, queda ronco por los gritos y le da  una pasada de su crema milagrosa a la herida ficticia y la sangre desaparece como  milagro. Ya ganó dinero  vendiendo cremas en base a cebo, kerosenne  y belladona en  envases de plástico  de rollos de películas kodak; todo un engaño,  pero cura las heridas y dolores de los que quieren curarse.

En la entrada principal del mercado Lanza,  está  Pepe el mendigo, tiene su esquina donde no se mueve todo el día.

Viste un terno mugre por los años y  que nunca  lavó, su camisa de color,   ya es negra en el cuello y los zapatos,  hace mucho tiempo  gritan su desdicha  de seguir parados por horas. Su barba y cabellera gris ya es una, sólo se ven sólo sus ojos vivarachos que se mueven buscando dadivosos que le echen una moneda a la lata.

¡ Niñito regálame, niñito regálame, niñito regálame va media hora,  agitando su lata de leche Klim, haciendo un ritmo acompasado de monedas y armonía con el niñito regálame.

La otra media hora cambia su repertorio y  continúa : Niñita regálame , niñita regálame, niñita regálame, niñita regálame,  no para todo el día,  parece tener una grabadora en el pecho con niñito y niñita regálame en una monotonía  desesperante.

Luego en la noche, se dirige a una vieja casona con tres patios en la calle Evaristo Valle. Pepe vive en el último  y duerme al filo del  río Choqueyapu en la más dura pobreza, sólo  cubierto por phullos  descoloridos y su colchón de cotín sin color. Sólo las pulgas lo esperan cada noche.

 Es solitario y desconfiado, sólo el frío del amanecer lo despierta nuevamente y sale al Mercado Lanza para covertirse  en asalariado momentáneo, ya que lleva latas de agua limpia de la pila principal,  para las señoras que preparan desayuno.  También las  cocineras  le pagan con monedas que guarda por años. No gasta,  no consume nada, sólo vive del Mercado que le da sobras de  fruta, de desayuno, de almuerzo y cena,  pero guarda el dinero, el dinero, el dinero. Niñita regálame, niñito regálame.

En el golpe de Luis García Meza, las metrallas  y el toque de queda, le jugaron una mala pasada a Pepe, una bala perdida se incrustó en su cuerpo. 

Sintió  sólo el impacto cuando dormía casi a la intemperie. La bala  se introdujo en su pecho. La sangre  mojó su saco  que no se sacaba y sólo él  cubrió su cuerpo con sus cobijas. El colchón también fue regado con su sangre. Allí estuvo por días, sólo lo  extrañaban las señoras del mercado que  lo necesitaban para que les lleve agua.

Denunciaron a la policía sobre su desaparición y no fue difícil encontrar el lugar donde tuvo su último sueño.

Hace muchos días que murió Pepe,   hicieron el levantamiento del cadáver, no tenía nada, excepto un colchón embutido  con miles de billetes de 100 pesos bolivianos, que le servía de descanso eterno;  no se llevó nada de esta vida.

¡Pepe guardó su dinero de toda una vida,  bajo su pobreza!

 


 

 

 

 

 

 

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