Oro de los Chullpas



Freddy Céspedes Espinoza

Oro de los Chullpas  

Crónicas de viaje y algo más

Freddy Céspedes Espinoza

Jóven,  soltero, sin plata y sin miedo, es la premisa perfecta y la más fácil para tomar decisiones, bueno,  no tienes mucho que perder en la vida. 

Es el momento para ir en busca de lo desconocido para  sentir emociones nuevas, que rompan la pasividad de la vida citadina.

Me contrataron como traductor en una mina de oro,  en la provincia Larecaja del Departamento de La Paz. Los dueños eran norteamericanos y sin pensarlo,  dejé que mis sueños se hagan realidad.

Nada nuevo, porque  muchas personas se fueron en los años ochenta del pasado siglo  por los contrafuertes de la cordillera,  esperanzados en volverse ricos de la noche a la mañana, pues existían muchos ejemplos de intrépidos mineros,  internándose en los socavones dentro los ríos, lavando las arenas en bateas de madera, para luego convertirse en respetados acaudalados, sin formación,  pero con plata o mejor dicho con oro.

Ese oro que motivó a los conquistadores españoles a internarse hacia las regiones tropicales insalubres de Mapiri, Tipuani, Guanay y Consata o a  trepar hacia los glaciares del Sunchulli y Suches a más de cinco mil  metros en la Cordillera de Apolobamba.

Este pensamiento,  había motivado a Frontiniano a convertirse en otro conquistador moderno, pues había recibido una concesión aurífera de un “ palo blanco” en los valles Mesotermos de la provincia Larecaja y por lo tanto, quería aprovecharla al máximo.

Mi encuentro en el lujoso Hotel Plaza de la ciudad de La Paz con Frontiniano,  fue el inicio de mi periplo hacia lo desconocido. Nada me preocupaba  excepto la apariencia del Jefe.

Camisa de seda, pantalones finísimos, tarjetas de crédito de todos los colores, billetera gorda y botas nuevas que hacían juego con el hotel.

Del cuello fornido pendía una enorme cadena de oro, que relucía orgullosa. En la muñeca derecha una esclava con sus iniciales FN.

En su mano izquierda un reloj también áureo que marcaba las finas horas de su preciado tiempo.

El desayuno Americano servido por una atractiva señorita, me había hecho olvidar momentáneamente el encuentro con este norteamericano descendiente de italiano, que se veía risueño y con treinta y cinco  años; la edad perfecta para realizar hazañas y jugarse la suerte,  por  la otra mitad de su vida.

 Frontiniano era alto, robusto, rubio a medias, pues sus ojos claros, denotaba sus genes latinos; aunque su educación la había recibido en los Estados Unidos.

 Él no era  un  anglosajón; tenía la templanza del Italiano,  duro para el trabajo, hablador y extremadamente efusivo al estrechar las manos de los circunstanciales recepcionistas y botones,  que veían en él,  como un buen huésped dadivoso a la hora de dar propinas.

Salimos del hotel apresurados y un aire fresco nos transportó otra vez a la realidad de la vida: Debíamos ir a trabajar detrás de la  Cordillera Real de los Andes.

Inicio de la aventura

El jeep Toyota, nos recogió y nos dirigimos por  el Altiplano divisando la inmensa cordillera de La Paz.

En el vehículo íbamos seis personas, cuatro mineros reclutados en La Paz, el yungueño afro descendiente Adolfo, que además era chofer del Jeep, Frontiniano el Jefe, que escudriñaba cada rincón de ese paisaje salvaje de montañas con glaciares suspendidos  y en   sus faldas de éstas , sembradíos de maíz. Observaba con deleite los  borricos y mulas que pasaban apuradas junto al camino.

Ese pequeño jeep cargaba víveres, palas, algunas carretillas y combustible para internarnos hacia la tierra de los enigmáticos descendientes de los Callawayas que alguna vez, tuvieron su centro esotérico y de convivencia espiritual en Iskanwaya.

Nos detuvimos a almorzar en Sorata, con sus calles estrechas y sus construcciones republicanas, mudos testigos de la opulencia  que tuvo este poblado durante el auge de la quina, la goma y el oro.

Entramos al mejor restaurant del viejo hotel Prefectural, que en ese tiempo todavía tenía una buena imagen, pero en su piscina verdusca,  sólo nadaban batracios disfrutando al máximo sus vacaciones.

Nos sentamos tranquilos después de  cuatro horas del viaje, se habían desperezado mentalmente  los mineros, ya no estaban asustadizos, al principio bromearon entre ellos para luego, compartir juntos las ocurrencias del huesudo Alfonso que abría desmesuradamente los ojos y las fosas nasales, daba saltos acrobáticos y se sentaba quieto en un instante, cuando se acercaba el mozo a pedir la orden.

-          ¿Qué se servirá el señor? Refiriéndose a Frontiniano,  dijo el mozo aymara,  con su ropas blancas y su gato rojo. Sin inmutarse el  gringo, señaló con fuerte voz

-          ¨!Quiero Chucha al limón!

Nos miramos todos y sin más que opinar, rompimos en una carcajada estruendosa,  que motivó a que  los otros comensales volcaran la cabeza para enterarse de tanto barullo en el restaurant. Alfonso se adelantó y dijo que no era chucha, sino trucha, trucha......

-          ¿Y usted?, volvió a preguntar el mozo,  referiendose a Alfonso. El negro lo miró con aire de autosuficiencia y le dijo:

-          ¡Quiero Bife de bofe de Búfalo!.

´Disculpe señor, lo miró fríamente el Aymara, no tenemos ese plato.

Alfonso con esos ojos vivarachos y con la sonrisa carnosa, suavizó su tono y le pidió un Lomo montado por favor, luego añadió seriamente,  pero sin huevo;  y todos reímos con ganas.

Todo concluyó en un almuerzo de camaradería y buen humor.

Ya por la tarde el gringo-italiano,  se sentó al volante,  aceleró raudamente,  serpenteaba  el camino angosto en esa provincia montañosa, perdiéndose el polvo entre  el verdor del maíz y el sol con brillo fascinante en las viejas terrazas,  que a pesar del tiempo, todavía estaban intactas y producían todas las variedades del grano sagrado, se estima que existían por lo menos una centena para todos los fines, desde el maíz blanco hasta el rojizo, pasando por los púrpuras y los negros.

Rigoberto Paredes escribió lo siguiente:

“ Lo que fue  el antiguo territorio colonial  del partido de Larecaja, nos abría sus montañas, tan vasta era la región en la época colonial,  que limitaba hacia el sur con el lago Titikaka, el partido de Omasuyos  y la altiplanicie  vecina a la ciudad de La Paz.

Hacia el norte con la cordillera de los Andes en el cordón que penetra  al Alto Perú desde el Nudo de Vilcanota y la puna brava que forman sus faldas hasta las quebradas que inician  el ingreso a las regiones tropicales de Apolobamba”.

“ Hacia el Este con las quebradas que se prolongan del faldeo de los Andes y las primeras manifestaciones de los llanos tropicales de Apolobamba, por el oeste  con la alta puna altiplánica que es la separación entre Puno y La Paz¨. ¨Conquistó esta provincia  y la agregó al imperio el Inka Mayta Capac.

¨La capital es Sorata, los demás pueblos son: Zongo, Challana,Quiabaya, Hilabaya, Combaya, Ambaná, Italaque, Mocomoco, Chuma, Ayata, Charazani, Camata, Pelechuco, Chiacani, Karasani, Cumlili, Coate, Chuchulaya, Cumpuaya, Timusí, Soconi, Chajlaya, Punamá, Patascachi, Yanibaya, Huacapata, Amarete, Chajaya, Chullina, Curva, Omobamba y carijana. De las misiones Hucsumane, Tipuani, Mapiri, Chiñijo, Consata¨.

Sendas y caminos de montaña

Hacia Consata se dirigía el jeep, en un camino gredoso y sin mantenimiento, lo que motivó a que el jefe apriete el acelerador hasta el fondo.

Ya las sonrisas y el buen humor quedaron atrás, todos estaban nerviosos de la habilidad perversa de Frontiniano, que disfrutaba del ronceo y ronquido del motor que era exigido al máximo.

Cada curva y contra curva era un suplicio dentro el vehículo. En una de esas,  el coche, prácticamente se colgó del precipicio y sólo un grito de pánico contenido,  paró la loca carrera hacia una muerte segura.

Salimos del coche y no atinábamos a decir nada al autor del colgamiento; pero el infeliz, no salió, dándonos a entender que si el había colgado el vehículo, él debía ser el que arriesgue  la vida y con el acelerador a fondo dio retro y enderezó al motorizado, poniéndolo nuevamente en ese difícil  camino.

Nadie hablaba, sólo el río Llica al fondo del abismo, se lamentaba de no haber recibido la ofrenda de carne,  que iba a caer desparramando la sangre en sus aguas.

Gracias a dios llegamos, me arrepentí de estar allí en medio de seres sin temor a nada, sólo una mirada triunfante afloró de la ventana.

- ¡Ma qué pasa! ¡Ya estamos aquí! , fue la frase  final del loco y al momento descargábamos  del jeep todas nuestras pertenencias.

El ambiente azulado del paisaje llenaba nuevamente de alegría nuestros ojos que sorprendieron a un cóndor,  que subía en círculo de las tierras cálidas hasta sus dominios de las montañas.

Sus enormes alas, no se movían, sólo el aire caliente de las regiones de Consata, impulsaba hacia arriba al pájaro más grande del mundo.

Frontiniano estaba feliz de ver su primer cóndor y a cada rato su cámara fotográfica,  refulgía con ese sol abrasador de la tarde.

Caballitos y Enanos

Desde un alejado lugar, vimos  a varios hombres junto a sus mulas y caballos acercándose presurosos al encuentro.

Mi nombre es Juan, me mandaron a darles encuentro, musitó tímidamente el  muchacho de unos veinte años que miraba sorprendido la cantidad de carga que yacía en el piso.

Los ayudantes, sin decir una palabra comenzaron a cargar  las mulas, el bolo de coca era lo que más le llamaba la atención al gringo, nunca había visto a un indígena Mollo.

Vi  también Pequeños hombres, enanos,  pero con la capacidad de alzar pesadas cargas y descansarlas sobre los lomos de las bestias como si se tratara de algo liviano y sin mucha importancia.

Pero lo más interesante es que, aún no se tienen un estudio antropológico serio de ese grupo de antiguos habitantes en la provincia, a quienes se los conoce con el nombre de Mokho Kharas.

Hasta antes de la Reforma Agraria en 1953, se constituían como grupo homogéneo dirigidos,  por sus autoridades originarias y su vestimenta con pantalones cortos y chaqueta de bayeta de la tierra, que contrastaba con la enorme  trenza gruesa que descansaba en sus amplias espaldas  que les llegaba hasta la cintura.

De acuerdo a Juan Ayala habitante del Cantón Mollo, cerca de Aukapata, estos seres humanos llamados por ellos   “ Thili Runas” u hombres pequeños, tenían sus propias construcciones habitacionales especialmente diseñadas para su tamaño.

 

Es esta zona geográfica de la actual provincia Muñecas, los Thili Runas, desarrollaron sus actividades agrícolas y comerciales con el resto de la provincia y estuvieron por largo tiempo preocupados por su supervivencia en medio de gigantes montañas y penosas caminatas por los caminos pre colombinos.

Este espacio geográfico, les ofreció todos los contrastes de topografía con rocas devónicas y silúricas, picos enhiestos con viejos glaciares y profundos cañadones, hasta descender hacia los valles Mesotermos de Iskanwaya.

Aquí se desarrollaron y vivieron en armonía, con  otros grupos en el área geográfica de Charazani, Ayata y Pelechuco.

Conectados con esta gran red vial pre colombina, los Thili Runas erigieron la Capital en “ Sullka Charazani”[1], población diminuta cuyas ruinas se encuentran en la serranía de Sutilaya del Cantón Curva en el Departamento de La Paz, tal como nos informa Enrique Oblitas Poblete.

De acuerdo a los pobladores del Kanisaya, un despoblado en las faldas del nevado Akhamani, Los Thili Runas, tenían también su morada entre esta montaña y el Sunchulli, famosa mina aurífera desde épocas anteriores a la llegada de los españoles.

Los ancianos del lugar,  me informaron que eran tan fuertes y hábiles para la guerra, que sus circunstanciales vecinos, les tenían mucho respeto y evitaban molestarlos.

De no más de un metro de altura, las piernas fuertes, brazos cortos, dedos pequeños y pecho amplio, los Mokho kharas, ahora están diseminados en toda la zona, pero ya quedan pocos porque sencillamente migraron a las ciudades.

Hoy no  constituyen un grupo unificado; mas bien se mezclaron con Quechuas y Aymaras, pero en las fiestas regionales, es común verlos entre ellos, compartiendo la chicha del valle o el Cañazo tropical;  tampoco llevan la antigua vestimenta ni la trenza, sólo llevan en sus genes el valor antropológico de un grupo de seres humanos que vivió y vive feliz a su manera y que todavía están en las actuales  provincia Muñecas, Franz Tamayo y Bautista Saavedra del Departamento de La Paz.

A cargar las mulas

Las mulas ya estaban cargadas, esperaban un golpecito en sus lomos para ingresar a las quebradas del río Llica; en realidad no era un camino, simplemente una senda de un metro de ancho, que a decir de sus arrieros, sus mulas baqueanas,  las conocían de memoria.

La carga se iba balanceando peligrosamente a cada resbalón de nuestras doncellas eternas. Ya el calor sofocaba, estábamos en esos valles Mesotermos de mosquitos, alacranes y la peligrosa víbora cascabel,  que se enrollaba entre los viejos socavones o dentro las tumbas de los enterramientos de la cultura Mollo.

No se veía nada placentero  el lento  descenso, ya que cargaba también una pesada mochila,  sólo  quería llegar a destino después de cinco horas de un duro trajinar hacia las márgenes del río Llica,  que nace en el  nevado Ancohuma e Illampu.

A la llegada nos esperaban algunos mineros con  alegría  fingida, pero su felicidad se duplicó cuando arribaron las mulas con los comestibles y se movilizaron rápidamente a descargar y llamar  al cocinero yungueño, hermano de Alfonso,  que apareció desde su carpa de lona que le servía de cocina. Después de un saludo pálido, tomó la carne que habíamos comprado y nos ofreció un asado con arroz y yuca.

El campamento estaba ubicado en las orillas del Río.

Después de unos minutos,  ya nos habíamos refrescado en las aguas de un pequeño arroyo, más arriba, las mulas también bebiendo y aumentando el caudal.

Me molestaban los chuspis o mosquitos amarillos con el  abdomen rojizo por la sangre succionada,  cientos de ellos revolteaban  en mis botas húmedas y saciaban su apetito,  picándome las manos y la cara. Cada picazón era una roncha y que  al cabo de una horas mi cara estaba completamente desfigurada, me sentí todo un sapo, arrepintiéndome por haber ido en busca de lo incierto y dejar la suavidad de mi cama, las fiestas, los amigos y extrañando  mis conquistas citadinas.

Al final de la tarde, llegó un grupo de trabajadores con la ropa mugre oliendo a sudor de días. Casi ninguno llevaba botas de goma, sólo sus dedos regordetes sobresalían de sus ojotas de caucho que les deba cierta frescura a sus pies.

Estaba en el campamento construido hace dos meses. Todos dormían en carpas de lona y en el piso,  colchones personales incoloros; algún jarro desportillado y una oscuridad tétrica, que ocultaba  a los trabajadores.

Cuando entré a la carpa del grupo, la bienvenida como una bofetada certera de quince pares de pies, que me borró la sonrisa.

Algunos dedos estaban con hongos blanquecinos producto de la humedad del río, pues tenían que estar horas en medio del agua y que había abierto heridas en medio de los dedos.

Estaba ante los sabañones más dolorosos y olorosos  que había visto y sentido. Los mineros sólo atinaban a secarse y esperar a que pase el dolor.

Escapé de la carpa y me refugié en mi pequeña carpa personal que había cargado.

Esa noche las pulgas y no sé qué  otros seres diminutos,  me habían puesto un cinturón de ronchas donde generalmente va ceñido el calzoncillo. Saqué una garrapata que se había alojado entre mis piernas.

No dormí por el  ruido del agua del río,  que parecía que entraba descontrolado y nos llevaba a los hombres, al campamento y las mulas. Soñé con oro;  oro de los incas, con las pepas encontradas por los españoles en el lecho del río, con el oro de las tumbas, con los dientes de oro de los mineros muertos.

A trabajar en serio

Amanecer fresco, la reunión se había programado para las siete de la mañana. Los mineros estaban listos, pues habíamos desayunado arroz con yuca, huevos, pan y sultana.

Fue el primer buenos días que di y algunos me contestaron de buena manera, otros ni se inmutaron, pues estaba entre expertos en jugarse la vida, entonces comprendí que estaba rodeado de hombres duros y despiadados.

La mayoría eran solteros también, venían de todos los rincones de las provincias circundantes a sobrevivir.

Entre ellos,  Santos, que era el más presumido por su conocimiento en mecánica y además era tractorista, Guido con una melena lacia y mugre y el tórax anormalmente ancho. El chino no tenía dientes, sólo dos caninos que lo acercaba más a un vampiro que a hombre y otros que no hablaban, pero sentía que tramaban algo en sus mentes.

El fornido Tambo, un raro indígena, creo que puro, aunque sabemos que ya no hay sin mezcla, pero éste me recordaba a los aymaras del Huaychu, era muy grande y sí, que tenía mirada asesina.

Este tipo daba miedo, apareció un día en la mina buscando trabajo y el capataz lo reclutó sin preguntarle nada,  ni indagar su pasado.

Sólo observó sus fuertes espaldas, que fácilmente cargarían cincuenta  kilos sin dificultad y lo contrató; además corría el rumor, que Tambo había golpeado a otro minero en una cooperativa de Consata,  hasta dejarlo inerte y tuvo que escapar para evitar problemas con los amigos del muerto,  que se la habían jurado.

Aquí la policía no existía; pero la ley,  eran las balas.

Ese día apareció de la nada otro gringo llamado Bruce.  El día anterior estuvo buscando tumbas pre colombianas en los alrededores del río Lokhomayu. Cerca a su carpa, observé dos cerámicas Mollo muy bien conservadas y halladas en las ruinas.

Dejó las cerámicas y se fue a su carpa a fabricar cigarrillos, pues era un fumatérico de primera, y al no encontrar más Marlboro, se dedicaba a cosechar el tabaco,  que crecía en forma silvestre en las viejas tierras dejadas por españoles o indígenas. Con un papel fino envolvía en forma perfecta cada uno de sus puchos.

Hace ya mucho que nadie se dedicaba a la producción del tabaco y  Bruce,  disfrutaba hasta el éxtasis,  cuando encontraba su materia prima en el monte.

Salió fumando y  cada bocanada, iba  dirigida a los mosquitos, impregnando  el ambiente caluroso con el olor a tabaco.

Comenzamos a hablar un poco de las ruinas circundantes y sus sistemas de drenaje, me comento que en una ocasión en sus exploraciones, había encontrado una ciudad intacta detrás del río Lockomayu.

Esta cultura,  se había desarrollado entre el fin de Tiwanaku y era anterior a los incas; es decir que los Mollos penetraron   a todos los rincones de esta parte de la provincia Larecaja y con fuerte influencia en lo que hoy es territorio peruano.

Después de algunos minutos  estábamos  todos los que conformábamos el grupo.

Bruce habló con Frontiniano en inglés,  yo  estaba traduciendo al pie de la letra para todos los presentes, pero me cansé y sólo me dediqué  a traducir lo más  importante.

El señor que ustedes tienen en frente, será el traductor y al mismo tiempo el administrador de la mina sentenció Frontiniano.

Yo fui el primero en sorprenderme por esa traducción, yo no conocía nada de minas, ni mucho menos ser jefe de todos esos duros mineros, algunos  con cara de maleantes,  que me miraron con lástima, otros con humor y algunos hasta me clavaron la vista  con sarcasmo homicida.

Bruce me informó de las tres puntas de trabajo, dividida en ocho horas diarias de Lunes a Domingo durante tres semanas y la cuarta teníamos  libre para salir a La Paz,  a sus pueblos  o quedarse a descansar.

Comienza a relucir el oro

El movimiento de la mina  fue haciéndose más dinámico con la presencia de Frontiniano, porque era mecánico, corredor de coches en Indianápolis y buen tractorista.

Comenzamos a abrir caminos desde la ruta  principal hasta nuestro campamento en pleno río, pero no se pudo avanzar,  por la presencia de rocas grandes.

A medida que el tractor avanzaba y su cuchilla se abría paso entre matorrales y tierra reseca, vi caer lozas de tumbas pre colombinas con sus respectivos ajuares funerarios.

Me dolía mucho, pero los cráneos rodaban al barranco con su grito de horror.

Cada mañana después del desayuno Yungueño, ya recibía las noticias de que el Fulano estaba herido,  porque una piedra le había hecho volar la uña del pie, eran reacios a ponerse botas por largo tiempo,  otro que se sentía enfermo con  fiebre o diarrea; es decir muchos pensaban que era también curandero, pues tenía un buen botiquín de primeros auxilios.

El campamento tenía una hilera de carpas, cada grupo de mineros reían en sus chozas de lona, no tenían ninguna educación de limpieza.

Esas carpas estaban tan sucias que les manifesté que cada día se debía ventilar y barrer, lo que fue tomado como una orden y no como algo espontáneo para que huela bien.

Esta primera acción mía, despertó recelo y miradas de enojo. Podía leer en sus ojos el desprecio que sentían por mí, no me consideraban parte de ellos sino como el administrador, el capataz, el opresor  maldito; que había vuelto.

Qué rara sensación estar en medio de mineros que habían trabajado en socavones de Oruro y cooperativas circundantes, habían perdido totalmente la calidez humana, sólo pijchando coca y fumando cigarrillos que era la única distracción, junto a los casinos,  apostando dinero. Todo era dinero, oro y transacción.

Jugaban y ganaban, perdían y seguían jugando al craft o loba con cartas mugres en un espacio donde el calor y el sudor eran uno.

En la otra orilla, unas ruinas  de la cultura Mollo colgando en farellones, que me despertó la curiosidad.

Un Domingo salí a la otra banda del río, me acompañaba Juan; un descendiente de esta cultura, conocía todos  los rincones de esas ruinas que son más grandes en extensión que el mismo Machupichu.

Subimos por el río Lockomayu y qué sorpresa, entre los riscos escarpados una Atalaya intacta con habitaciones y sus enterramientos en el piso.

Un estremecimiento recorrió todo el espinazo y bajo hasta mis pies; estábamos sobre una ciudadela diferente a Iskanwaya; nadie había llegado hasta allí porque estaban las cerámicas utilitarias en el lugar, sólo el barro de las lluvias de siglos había cubierto sus colores, pero cuando las limpié con el dedo y con un  soplido, comenzaron a recobrar vida.

No llevé nada del lugar,  me Pareció que algo malo había sucedió allí; presumí una matanza, una invasión incaica o de los salvajes Chunchos, que diezmaron la población o finalmente, alguna enfermedad que acabó con su gente. Era un sitio sagrado y misterioso. 

Le pedí a Juan volver en otra oportunidad, un raro temor me había envuelto y quería escapar del lugar. Retornamos al campamento al filo de la noche, con las almas del lugar detrás mío.

Cholitas de moral distraída

Un día de descanso en el campamento, aparecieron cuatro mujeres del lugar, me imagino que debieron ser muy conocidas,  porque hablaban familiarmente con los mineros. Pensé que eran esposas de algunos,  pero, la voz de algún renegado que murmuraba a otro. Ya llegaron las Grameras.

Sólo la letra G estaba demás, sí ellas eran las que ganaban más que todos los mineros juntos, pues cobraban sus servicios en pepas de oro; es decir en gramos.

No podía creer que esas cholitas sean campeonas del sexo, y su inmoralidad  la camuflaban dentro sus dientes de oro, con estrellitas que brillaban cuando reían. Eran también jóvenes  y obviamente, después de algunas semanas,  alejado de todo,  estuve observando sus polleras delgadas que ocultaban esas piernas morenas, pero tentadoras.

Eran como las hormigas Sepes que devoran todo a su paso, los que se resistían, eran considerados como poco hombres; al final, todos,  estaban tranquilos.

Muchos se peinaron y se sacaron la escasa barba con pinzas,  para su encuentro de amor.

Luego, como llegaron, se esfumaron en ese ambiente caliente de alisios que suben desde Consata hacia las minas, ellas se fueron con la bruma húmeda  en busca de otras presas,  que tal vez en esos momentos habían encontrado  oro en otra cooperativa. El campamento perdió su colorido, volvieron  las caras de pocos amigos.

Aparecía y se perdía

 Habíamos trabajado ya un mes dentro un cañadón secundario, los más expertos sabían que estábamos cerca del cauce antiguo; es decir de la corriente que cambió de rumbo y el oro arrastrado hace millones de años, nos esperaba en un bolsón por descubrir.

Mientras tanto, había que conformarse con poco,  que se ponía  en unos lavaderos donde se depositaba el material de arena, cascajo y tierra  que la pala mecánica, depositaba sobre una  criba, que dejaba pasar el agua impulsada con una bomba, la fuerza hacía que toda la carga se convierta en  arena fina, allí estaba descansando el oro.

Brillo sutil, alegría contenida, pesaba algunos gramos pero era el despertar de la codicia de los trabajadores, de los gringos y de todos, ya que el género humano es uno, por eso se mataron por el oro desde siempre.

Todos imaginan la fortuna, el derroche, la opulencia, las mujeres, los coches y otros bienes mundanos.

Ese oro que había visto momentáneamente sobre el lavadero, había desaparecido mientras soñaba.

El pícaro se metió a la boca y se lo tragó.

Carajo, pendejo le grité,  le reclamé por su impertinencia y tuve que dar parte a Frontiniano  que se enfadó tanto,  que lo despidió en el acto.

Estaban acostumbrados al robo, durante los dos meses precedentes a nuestro arribo, la producción sólo alcanzaba para comprar chalona, arroz, fideos y otras provisiones. No había más.

Prácticamente dos meses de Jauja para los mineros, que recibían un sueldo mensual y todavía se llevaban lo poco que se producía.

Se decidió que los encargados de lavar  las arenas, dejen el lugar para otros de confianza  recojan las pepas de oro. Esta vez nos fue bien, llené de oro  una botella mediana.

Los dos norteamericanos, sacaban probabilidades, multiplicando el peso del oro por la cantidad de arena lavada, se frotaban las manos sacando astronómicas cifras. Para ellos,  habíamos descubierto el Paititi.

Al otro día y las siguientes semanas,  íbamos viento en popa, cada noche se iluminaban mis ojos con ese destello hechicero.

Un gramo, pequeñez insignificante, diez gramos te ponía la sonrisa con dientes de oro. Cada forma caprichosa, algunas tenían figuras sensuales, otras de una avispa, otras amorfas y gordas, la naturaleza en millones de años había guardado para nosotros la suerte de poseerlas.

Las miraba, mi mente volaba recordando las expediciones de los primeros españoles buscando el Paititi.

Pedro Anzures, Marqués de Campo Redondo en 1542, entró por Pelechuco hasta el Beni y salió maltrecho y con gran mortandad por Larecaja y cruzó por el mismo lugar donde habíamos encontrado oro.

Qué suerte, me dije, calculé el peso y su equivalente en dólares. Nada mal. Había que celebrar.

Llegó el sábado, un día antes una comisión con mulas, salió a Collabamba a cinco horas cerro arriba para comprar cerveza, alcohol, incienso, copal y un sullo de llama, debíamos pagar a la Pachamama o al Tío, no importaba quién recibiría la ofrenda , lo bueno es que debíamos celebrar con todos los mineros la buena suerte.

Éramos aproximadamente treinta, qué rara reunión, unidos por el oro.

Compraron cerveza los gringos, suficiente como para emborrachar a todos, al final de la tarde un chanchito al horno y luego a descansar.

Pero la fiesta continuó en las carpas gigantes de lona, más parecía una chichería de carpas itinerantes que recorren las fiestas de pueblos altiplánicos.

Estaban metidos todos allá, habían sustituido la cerveza con alcohol Caimán de 90 grados con un poco de agua y colorante.

Me invitaron a que me quede un rato más con ellos, y como estaba algo acelerado, me metí en ese mundo de  humo  de cigarrillos Astoria y la coca que no miente, que te adormece y evita que te emborraches.

Luego se descontroló todo en un momento, todos estaban belicosos.

Tambo me miró a los ojos fríamente y me dijo,  que por mi culpa, ya no estaban sacando oro para ellos, que había comenzado a controlarlos demasiado y además me gritó que, el oro era nuestro y no de de los gringos. Se le había salido el Indio.

Traté de apaciguar, pero los otros seguían metiendo leña al fuego, con diferentes quejas buscando otra ofrenda de sangre, esta vez a la Pachamama.

El elegido era yo, había que sacarle su crisma al intruso que les robó su oro, su negocio redondo.

Tambo me quiso dar un golpe y literalmente escapé de la carpa hasta salir al aire libre.

Más envalentonado, observé un palo de picota esperándome en un rincón del patio. No pensé más, cogí el bate y antes que asome por completo de la baja entrada de la carpa, le lancé  un certero golpe en la cara, lo despaché nuevamente adentro.

Pensaron que lo había matado, pero con el golpe y la borrachera, sólo lo arrinconaron. Sólo vi sus labios que colgaban ensangrentados.

Esa noche no dormí, pensé que me lincharían, pero todo se calmó y la bulla se fue acabando de a poco;  sólo el río,  corría despreocupado en la oscura noche.

Al día siguiente, ya estábamos todos reunidos para comenzar el trabajo y Tambo tenía la cara Hinchada, sus ojos apenas aparecían  y le faltaba dientes.

Firmé mi sentencia de muerte, me dije. Nadie habló ese día;  un silencio  tétrico daba vueltas en el ambiente, los mosquitos ya empezaron temprano a chupar sangre con alcohol.

Tomé aire y con voz más seria y fuerte,  les transmití a los mineros  las órdenes y recomendaciones que daba el  gringo.

Noté que me había ganado el respeto, algunos pensaron,  que cuando salió Tambo a darme encuentro, lo esperaba un cinturón negro,  que con dos golpes certeros de patadas y artes marciales,  lo había derrotado en un santiamén.

¡Carajo! el palo de picota fue mi salvación.

A vender el oro

Hoy debo salir a La Paz a vender el oro, el comprador, me estará esperando en un céntrico edificio. Debo entregarle casi tres kilos.

Comencé a caminar hacia el cerro para tomar un camino de herradura y a los cinco minutos, la mochila pesaba demasiado. Pensaba en la responsabilidad del oro y lo valioso que me había convertido. Mi peso valía  oro, por atrás un caballito y su arriero escoltaba el ascenso.

A cada momento, me daba la vuelta disimuladamente, pensando en que alguno de nuestra comitiva o tal vez Tambo,  me iba a  dar un puñalazo por  la espalda. Qué nervios, llevaba el trabajo de varios días.

Miraba el suelo y había hermosos canales precolombinos, no me explicaba el por qué, en ese sector donde no se veía agricultura había tal cantidad.

Pregunté a Juan el arriero, y me contestó tranquilamente que esos canales eran para subir el agua del río hacia los campos de maíz.

Me pareció sin fundamento su respuesta, pero más allí había más canales, ahora secos; complementó su explicación afirmando que los Mollos, podían hacer subir el agua con estanques de agua que se llenaban y la misma presión del agua, subía hasta el otro nivel. No pude comprobarlo.

Se nota que hace siglos, esa zona era productora de maíz en las alturas donde me dirigía; mientras caminaba aparecieron cactus con frutos redondeados, cuando el caballo pasó y rozó el fruto, el cactus,  voló por el aire clavándose en mis botas.

Qué extraño fruto, que tiene la capacidad defensiva, parecía que el cactus me amenazaba: si me tocas te atienes a las consecuencias. Así que me detuve a molestarla. Las estuve pateando con la planta de la bota por algunos segundos, y efectivamente salto y se clavó.

Sus espinas son de dos centímetros y es muy doloroso cuando tienes la mala suerte de ser elegido, pero no me alcanzó por suerte.

Juan me informó que ese cactu reacciona siempre así,  si le molestas.

Llegué agotado a una altura de 2000 metros, casi 600 metros en un ascenso en zig zaz, observando los cóndores revoltear en los valles mesotermos ascendiendo con las corrientes húmedas y calurosas del cañon del Llicka.

Llegamos a Collabamba y rápidamente nos  fuimos a almorzar en la única pensión, tienda, alojamiento que había en el lugar.

Alli conocí a Sonia, una linda cholita casi rubia y de ojos verdes, parece que en el siglo XIX alemanes, Ingleses, judíos y otros, probaron suerte buscando oro y también mujeres de pueblo para tener descendencia.

Era hermosa, pero muy tímida, sólo le di las gracias,  con la mirada profunda.

Ya el aire era más fresco y dejamos atrás los mosquitos.  En la tarde ya estábamos en el jeep Toyota  para nuestro primero objetivo, retornar a Sorata.

Frontiniano, me dió una 38 con cacha de marfil para que utilice en caso de asalto, Al chofer Alfonso le dio otra.

Puse las botellas con las pepas de oro debajo el asiento y la camuflé con todo lo que encontré,  ya que los asaltos eran muy comunes  esa época.

Los ladrones esperaban en alguna curva solitaria; ponían al centro del camino una piedra grande y al verse en peligro, el chofer  frenaba bruscamente en seco y se producía  el asalto, generalmente violento,  para luego,  darse a la fuga con el oro y dejar los muertos dentro el coche.

Así que cuando la visibilidad del camino se perdía, bajaba varias veces del coche para indicarle al chofer que todo estaba limpio.

Llegamos a Sorata, con la experiencia y cuidado, tomé el oro y metí nuevamente a mi mochila, parecía que todos nos miraban, sabían que éramos auríferos y que sin duda llegábamos con oro.

No di explicación al recepcionista del hotel, quien me preguntó de dónde estábamos llegando.

Le dije de Collabamba.

¿Hay oro por allá?

-          Nada sólo mosquitos, hay más oro en Consata y Guanay le manifesté.

-          A qué hora se van?

-          A las 10 de la mañana le dije amigablemente.

Me di cuenta que algo se traía entre manos; así que le dije a Alfonso ya en la habitación.

Mañana salimos a las 05:00 sin desayunar, parece que nos esperarán por algún lugar en el trayecto. El recepcionista tiene cara de pícaro y ladrón,  probablemente ya avisó a sus cómplices que saldremos a las 10:00.

Esa mañana salimos temprano y en vez de tomar el camino principal, decidimos ascender por el camino secundario de Millipaya,

 Esa hora fue llena de nervios, sólo la oscuridad y un caminito angosto nos subía más y más hacia la cordillera.

Amaneció y una vista fabulosa del Illampu y Hancohuma compensó el desayuno, Qué vista.

El pico del Illampu comenzó a Iluminarse luego en una seguidilla de luz el Ancohuma finalmente se cubrió toda la Cordillera.

Desde esas alturas se ve todo el valle de Sorata, sus terrazas precolombinas pintadas de verde, finalmente cruzamos la cumbre y nos deslizábamos raudamente por el Altiplano cruzando por Achacachi, Batallas y llegar a La Paz.

Por la tarde entregué los tres kilos a un hombre parco,  que ya vino con todos los papeles. Me dio un recibo por el peso entregado, pero no puso nada de monto económico.

Era el rescatista que compraba el oro, fundían en barras y salía al exterior.

Estaba feliz y me despedí de Alfonso.

Le dije en tres días  íbamos a comprar arroz, fideos, charque y otros encargos para la mina, pero él me manifestó que se llevaría el coche y que él haría las compras. Me facilitó el trabajo.

Esa tarde me dirigí al Departamento alquilado por Bruce,  en pleno centro de la ciudad y con bonita vista al Illimani.

Prendí, la radio de comunicación y comencé a encontrar la frecuencia llamando a la mina  con nombres asignados.

Informé al jefe con satisfacción de haber terminado la entrega sin un solo tiro.

Comienzan los problemas

Dormí esa noche, tranquilo  sin el ruido del río, me había acostumbrado a su constante cantar.

Muy temprano sonó el timbre del Departamento, tocaba insistentemente y salí algo enfadado.

Me encontré frente a frente con un hombre bajo de estatura, algo rojizo y bastante atrevido y bocón.

Quiso entrar, sin ser invitado y le cerré la puerta, puso su pié y sólo atinó a decir que estaba buscando a Frontiniano y Bruce.

Bajó el tono de su voz y lo invité a pasar,  miró la mesa del living donde estaba la 38. La recogí prudentemente  y guardé en mi habitación, cuando volví se había  tranquilizado.

Mire me dijo, me deben los gringos mucho dinero por el alquiler de dos palas mecánicas, de un tractor y otros implementos. Yo no sabía nada le manifesté.

Le dije, tendría comunicación a las 08:00 con ellos y  los llamé por radio a la mina.

El hombre habló directamente en inglés con Bruce y me enteré que toda la maquinaria estaba alquilada y le habían pagado al propietario,  con un cheque sin fondos.

Hablaron cortésmente y luego de algunos minutos elevaron la voz, hasta perder la compostura.

-          Carajo los voy a meter a la cárcel a tus jefes, me dijo amenazante y se marchó furioso.

 Bruce me dijo, que si volvía, que le informe que estarán en la ciudad en un mes y que le pagarían todo el dinero.

Me dieron un teléfono en los Estados Unidos para que hable con Mr Rist e informarle que debía depositar a la cuenta de  Frontiniano 80.000 dólares, ya que el primer envío de oro ya se había hecho.

Sólo dijo Ok, Ok. Y me colgó.

Luego nuevamente me comuniqué con Bruce, ya más tranquilo, me dijo que compre rosas rojas y en la noche  vaya al night club Moonlight y entregue ese ramo a su amiga llamada Cielo.

Estaba con mi ramo de rosas en plena avenida y nadie abría la puerta, sólo quería entregar y volar del lugar para no encontrarme con amigos de humor cruel,  que sin duda comentarían sarcásticamente, que estaba dejando rosas a mi novia.

Felizmente abrieron,  entré al mejor Night club de la ciudad, lugar donde había shows a nivel internacional con damas hermosas y caras.

Todo el ambiente selecto e iluminación sensual,   para que cualquier borracho al sentir el perfume de mujer, ron y sexo observen a diosas bailando para ellos pagando en dólares los favores.

Era uno de los primero clientes que esperaba nervioso su primera cita.

Me sirvieron un Whisky hasta que apareció Cielo,  una escultural extranjera con un cuerpo de estrellasl.

Maquillaje perfecto, delgada, sonrisa hermosa y ansiosa de preguntar, dónde se había metido su amado gringo de los dólares.

Como llevaba dinero, la invité a charlar, se pidió un traguito suave, dulzón y capaz de hacer hablar a un mudo.

Mira Cielo le dije, Bruce no puede llegar a La Paz por motivos de trabajo y me pidió que lo visites allí en la mina, todo los gastos serán cubiertos por él, tu traslado, alimentación, y  estadía  se pagará por día y no por servicio; es decir trabajes o no,  se paga por día.

Ahh,  también necesito a otra hermosa como tú,  para su amigo gringo también, que está como burro le dije, y echó una carcajada de buena gana  hacia arriba.

Hablé con el administrador y les dio licencia, por una semana, pero debía abonar 600 dólares por persona para que puedan salir. Así lo hice. Ya eran mías.

Luego, se apagaron las luces, se prendieron otras tenues y Cielo hizo maravillas con la barra, Cada movimiento sensual de sus caderas, sus senos fosforescentes, me dejaban imaginar los colores ocultos de su pasión y lujuria, ella subía y bajaba la barra con habilidad asombrosa, terminando con un fuerte aplauso y dólares por su trabajo.

Esa noche la pasé muy bien,  disfrutando de buena compañía, educadas y con buena charla. Durmieron en el Departamento.

Al día siguiente, fuimos a recoger su ropa a una casa en la zona Norte esperé por una hora afuera y observé que era el cuartel general de las damas de compañía, había muchas extranjeras.

Me sentí todo un  cafiso, ya que ambas salieron presurosas y  se prendieron de mi brazo; saltaban de alegría de rato en rato,  moviendo los brazos como mariposas que querían volar del trabajo nocturno y cambiar  por otro menos duro. Estaban alegres por el viaje.

A medio día salimos por la misma ruta hacia Sorata. Descansamos allí y al día siguiente, nuevamente otras siete horas hasta Collabamba.

Juan nos esperaba con cuatro  mulas.

Las chicas estaban hermosas, su figura brillaba con el sol abrazador y los primeros rayos abrieron sus poros y el sudor  ayudó  a sus blusas a pegarse  a su cuerpo dándole un toque sensual.

Un raro perfume de cuerpo de mujer  y sudor, me ponía nervioso,  también a las mulas pues sus lindas posaderas descansaban en sus lomos.

Al principio fue difícil controlarlas a las chicas, ya que gritaban a cada resbalón de las mulas, yo tenía mucho miedo a que   espanten a las mulas y se rompan, su más preciado don.

Ya después de dos horas, sufrían por no estar acostumbradas a ese duro trabajo,  de estar montadas por largo tiempo.

Caminaba por delante aburrido por la lentitud, hasta que les dije.

Mejor si caminan, así les dolerá menos.

Llegamos  al campamento y me  pareció muy solitario, no había nadie, excepto el cocinero que al ver dos mujeres, se esmeró doblemente para atender a las dos invitadas.

Al final de la tarde, todos llegaron y Bruce vio a Cielo. Su rostro cambió y se puso feliz de verla nuevamente.

La otra mujer era también hermosa, pero algo seria;  Frontiniano también cambió su cara de cansancio, por  una sonrisa picaresca.

Qué raro poder había llegado a la mina,  después de la cena, los jefes se las llevaron a sus respectivas carpas para iniciar el concierto de jadeos. No me dejaron dormir, sentí deseos y celos por  las dos hermosas Cleopatras.

Buscando Chullpas

Teníamos cuatro días libres por los días patrios, algunos se fueron a Collabamba y otros sus pueblos, Bruce  se quedó en la carpa para otro concierto diurno; así que con Juan, que terminó siendo mi amigo de confianza, decidimos cruzar el río Llicka para ir a explorar las ruinas.

Eran meses de temporada seca, y el río estaba bajo, pero con fuerte corriente y después de algunas dificultades  cruzamos a la otra orilla.

Llevamos dos  carpas personales, algo de sardinas en lata, café, pan, fósforos, ollas pequeñas y alguna caldera para hervir agua. Tenía que volver al Lockumayu.

Ascendimos por una senda que se fue haciendo más ancha a medida que avanzábamos, había sido  utilizado por cientos de años por los lugareños que seguían   transitando sobre estos viejos caminos para ir hacia la zona tropical.

Caminé casi media hora y mis ojos descubrían una infinidad de canales en V que conectaban a las construcciones y  las terrazas. Me sentí feliz de estar allí.

Cayó la tarde,  un viento tibio  extremo  comenzó a soplar contantemente en ráfagas por el río Llicka, el cañadón abierto en millones de años, servía como un soplador natural de la humedad de las tierras amazónicas y que a  medida que se encontraban con otras corrientes de aire,  llegaban a constituirse en vientos continuos y fuertes, sumamente importante para la fundición de metales.

Precisamente en el lugar donde puse mi carpa,  había hornos precolombinos o Waira Chinas, estaban intactos. En los alrededores,  pedrones de mineral de estaño y más allí cobre, para la fundición perfecta del bronce.

Cayó la noche y todavía el fuego de nuestra fogata improvisada,  calentaba nuestra mente con pensamientos abstractos y sombras que se ocultaban con el alumbrado del fuego.

Estaba sorprendido de la paz encontrada en este lugar, pero la penumbra y el frío adormeció mis pensamientos después de largos minutos, me refugié en la carpa.

Una luz brillante se encendió en mi mente y un estremecimiento me obligó a prender la luz de mi linterna y fumarme mi último cigarrillo negro.

Abrí la carpa y no veía nada, pero sentía una presencia extraña, sentía sus pasos que casi flotaban y estaba quieto nuevamente detrás de mi carpa. Traté de tranquilizarme y sólo pensé  que me había invadido  mis miedos infantiles, de encontrarme con seres del más allá.

Nuevamente oí un ruido extraño, esta vez estuve más despierto y abrí lentamente la carpa, nos encontramos cara a cara, vi sus ojos brillantes,   que me   hizo gritar de horror ;  era un quiltro gran puta, que huyó y se perdió en la noche  espantado al ver mi cara.

Sonreí y quise dormir, pero la luz en mi mente no se apagaba, me mantenía despierto, parece que lo coca que masticamos con Juan, me había abierto los sentidos, la percepción del ruido nocturno, los grillos y cualquier ruido entre las piedras me transportaba a esos esplendorosos periodos de esta cultura que se desarrolló entre el 1150 al 1450 DC.

 No hablaban Quechua en sus orígenes parece que hablaban un extraño dialecto esotérico que todavía mantienen los Kallawayas en Curva y Charazani, que Oblitas llama Machajjuay

¿Eran completamente diferentes a los Aymaras que en esa época formaban los Reynos Kollas?.

Algunas investigaciones y teorías sostienen que formaron parte de los Larecajas, un reino Colla también independiente.

Los Mollos, se desarrollaron en un piso ecológico denominada bosque montano húmedo, capaces de aprovechar las tierras bajas amazónicas y también de las alturas; es decir un completo control de ecosistemas para la producción de papa, maíz y frutas tropicales, así como fauna de las tierras altas medias y bajas  que les proporcionaba complemento en su alimentación.

Aquí construyeron varias ciudadelas productivas por la cantidad de terrazas de agricultura y sistemas de riego.

Todas las habitaciones estaban alineadas y sobre terrazas de piedra laja, interconectadas con calles; además,  estas terrazas les sirvieron como fortalezas de protección.

Entre la confluencia del Río Lokhumayu y Llicka donde estoy acampando, se encuentra el sitio denominada Khari con más de veinte hectáreas entre andenes agrícolas, calzadas, habitaciones y tumbas.

El nombre de la cultura Mollo, sólo es una denominación arqueológica dada por Ponce Sanjinés en los años cincuenta, porque en los alrededores de Iscanwaya,  existe la comunidad Mollo en Aukapata;  no se indagó más y se quedó con este denominativo, pero esta cultura si bien mantenía contactos comerciales-intercambio  con los otros reinos Collas de la altiplanicie, tenía un control de la parte oriental de la Cordillera de los Andes desde Vilcanota hasta el nudo de Apolobamba, cruzando la Cordillera Real, tres Cruces y la Cordillera de Cochabamba, todos en un eco sistema de valles y Valles Mesotermos donde se producía muchísimas variedades de maíz.

Por esta razón se encontraron sus cerámicas en  los caminos pre colombinos  mal denominamos camino de los Incas, no fueron construidos en la época de los Orejones, sino en el periodo Mollo, o por lo menos los mejoraron,  tal como aseveran arqueólogos,  que encontraron cerámica Mollo en Yunga Cruz, Choro, Takesi, Pelechuco, Queara y otros lugares muy lejanos, como en la costa de Arica.

Sus antiguos habitantes

La cultura Mollo, como nombre, sólo engloba una región de la provincia Muñecas, pero  el nombre más cercano a lo real, debía ser Cultura Khari que comprendía muchas etnias aglutinadas formando un gran Estado conformado por  los Soras, Mojos, Carangas, Quillacas, Parias de la zona del Poopo y otras que probablemente, tenían sus enclaves en estos valles Mesotermos.

Por ejemplo en Yungas existe todavía el nombre de Sura Sura, una vieja Hacienda y región que alguna vez fue un enclave de los Kharis para la producción de coca. También la palabra Sora-ta tiene esta acepción de este grupo en la actual Sorata. Que conformaba parte de los Kharis.

Pero lo que más llama la atención es la palabra Khari, este reino, estaba muy bien mimetizado en su centro de irradiación cultural en el valle de Cochabamba..

Tapac´Kharis u hombres Condor, hoy Tapacarí en Cochabamba. Para otros autores el nombre sería khapajkharis, u hombres Ricos y finalmente provendría del Aymara Thapa que quiere decir Núcleo-Capital y Khari hombre.

Prácticamente se movieron y desarrollaron en el flanco oriental de la Cordillera de mayor precipitación pluvial, respecto al seco Altiplano.

Esta cultura Khari, probablemente tenía en Iscanhuaya y en el río Khari, su Centro principal, su  frontera de expansión hacia las tierras bajas, era la línea de contención de los Chunchos que normalmente ascendían a través de los ríos tal vez para hacer intercambios de productos o con ganas de  invadir estos dominios,  para  ser frenados por estos asentamiento –fortaleza.

Eran los temibles Kharis que sólo fueron sometidos por los Incas en alianza con los Sapana que tenían su reino en las orillas del Titicaca hoy Puno.

“ Según decían los mismos Incas de los Kharis: Kharis huaynasajtin kapchaj kanku” “hombres cuando están jóvenes son buenos” . Pero sin duda,  ya hombres,  eran valientes, belicosos y difícil de someterlos.

La toma del territorio de los Kharis por parte de los Incas y Lupacas fue violenta, el asedio a esta gran fortaleza y de unas veinte hectáreas entre ríos y farellones debió ser difícil, ya que algunas paredes todavía guardan el ollín de incendios intensivos.

En la invasión incaica arrasaron con todo, matando a sus habitantes y los sobrevivientes tuvieron que escapar hacia lo más alto de las montañas.

Cerca al  nevado Illampu existen todavía ruinas de Pukaras-viviendas llamada Gentile Marka,  cerca al lago Chillata a cinco mil metros de altura con la misma técnica de construcción de esta cultura.

El objetivo fue acabar con su población, ya que en las ruinas de Khari, todavía pude ver las cerámicas rotas y esparcidas en lo que fue la cocina, morteros y batanes algunas enteros, otras rotas.

Este lugar alguna vez estuvo bien administrado, hermosos canales cruzaban la ciudadela de cientos de habitantes, habían terrazas de agricultura con riego constante para una agricultura intensiva; además pude ver las paredes revocadas con ocre rojizo y barro,  con techumbre a dos aguas.

El oro de las Chullpas

Hoy desperté muy temprano y salí a respirar el aire tibio mañanero y observar los alrededores

También, este lugar enigmático guarda sus enterramientos o cementerios algunos intactos, otros desde la época colonial, fue botín de saqueo buscando  ajuares funerarios de oro y plata.

Al observar en los alrededores descubrimos una planicie que tenía la apariencia de un cementerio precolombino.

Con el golpe de una barreta,  a la  tapa superior de piedra, nos dimos cuenta que había una tumba y  decidimos  abrir el secreto guardado por cientos de años.

Era pesada de más de un metro de diámetro, hicimos palanca con otra barreta pequeña y en cuanto abrimos, salió una víbora cascabel, muy grande y volvió a esconderse en su fresco espacio, era sin duda la respuesta más certera de la persona o personas enterradas,  de no molestarlos.

Casi nos picó la guardiana de la tumba;  después del susto nos abocamos a ver las tumbas saqueadas que tenían formas de Cista de cuatro piedras Laja, todas paradas  dentro el suelo formando un espacio rectangular, allí depositaban el cuerpo y ajuar funerario de cerámicas, restos de mazorcas de maíz, algunas armas y  finalmente sus pertenencias más significativas del difunto para su uso en el más allá. La tapa superior, sellaba la entrada a la tumba.

En los alrededores se hallaban centenares  fragmentos de cerámicas y huesos.

Después de un largo día recorriendo y descubriendo sus secretos decidimos quedarnos una noche en la parte más alta para observar mejor.

Realmente era grande el lugar, prácticamente cubría todas las quebradas secundarias que iba al río Llicka, debe ser el sitio arqueológico más grande de Bolivia en términos de ruinas arqueológicas.

Volvimos al campamento minero y nos tomó todo un día, ya que el éxtasis de recorrer esas sendas, me hizo olvidar las distancias, los tiempos y la necesidad de alimentación, sólo la hoja de coca fortalecía mis pensamientos en este reencuentro con los Kharis o Mollos.

Un tiro en el silencio

Todos volvimos a tiempo al trabajo.

 A primera hora de la mañana se oyó un disparo seco que alarmó a  todos y salimos presurosos a ver lo que había pasado, Frontiniano se había volado el dedo gordo del pie por manipular el revólver como en el Far West.

La sangre brotaba con fuerza y tuvimos que pararla con un torniquete. Había que trasladarlo a La Paz lo más rápido posible.

Los dos americanos salieron, uno montado en una mula tercermundista que sólo al sentir el peso de 90 kilos, pagó su mal natural. Luego en coche hasta una buena clínica.

Ya después de las curaciones y cuidados en la ciudad, quedó su dedo en forma de media papa, su uña había volado por los aires  por el fortuito disparo.

Ya dentro el departamento,  tocaron el timbre abrí la puerta y cinco personas ingresaron rápidamente sin ser invitados; fue el momento preciso en que sus acreedores lo rodearon como hienas, parece que olieron el olor a sangre y había que despedazarlo.

Aparecieron con una orden de detención para el firmante de los cheques sin fondos, a Bruce,  lo capturaron por ser gringo y se los llevaron también directo a la Policía.

Me asusté de lo rápido que actuaron los policías y fiscales, no les permitieron hablar y los metieron a la misma celda con delincuentes comunes. Monreros escaperos, tipidores, cumbreros junto a  otros en una celda muy pequeña.

Quedaba libre sólo yo a presenciar,  cómo la fauna judicial y policial  planeaban  despedazar al preso y alimentarse de dólares.

Por la tarde, ya estaba libre Bruce, porque fue una injusticia detenerlo sin cargo alguno.

Esa noche me fui a dormir a mi casa, hace mucho tiempo que no pasaba las noches en mi habitación. Me pareció un sueño la suavidad de la cama, la ducha caliente y varias cosas normales que cuando no las tienes, se convierten en un lujo.

Al día siguiente, estaba nuevamente solicitando permiso a los policías para  dejarle un desayuno sencillo a Frontiniano, pero él,  me recomendó que compre para todos los presos; así lo hice,  me dirigí al mercado  y contraté los servicios de la persona que vendía desayunos. Eran 21 encerrados.

Apareció diligente  la señora gorda,  con una gigante caldera de aluminio y  comenzó a pasar a través de la ventanilla con barrotes de metal,  un rico café humeante,  acompañado de  sándwiches de mortadela y queso.

La gente encerrada celebró el buen desayuno, nombrándolo Hilakata al gringo, me pareció jocoso, pero se había ganado el puesto por su bondad.

El Hilakata, es el jefe de la celda, se debe obedecer sus órdenes, si no lo hacen,  los que lo secundan se ocupan de hacerlas cumplir.

Los sacaron temprano al patio de cemento y uno por uno,  contestaban su nombre con un fuerte “ Firme” que hacía más interesante el recuento de presos.

Cuando le llegó el turno a Frontiniano, se escuchó un fuerte “ Feerme” causando regocijo entre ellos.

Había compartido la primera noche con el lumpen de la sociedad, algunas caras con cicatrices y otros con la nariz en off side, por las fracturas en peleas de maleantes.

Pero todos los presos le tenían consideración al preso Feerme, pero antes de que entre a su celda,  pude hablar con él y me pidió,  que compre un inodoro y lavamanos completo, desinfectantes; también una  puerta ya que  todos utilizaban la misma letrina del rincón, por lo que ya no aguantaba el olor.

 Me pidió pintura  para cubrir las manchas de sangre, también las  obscenidades escritas y dibujadas  en las paredes.

Papel higiénico para todos y  un televisor para que se distraiga la gente.

Le informé al Mayor Martinez, Jefe encargado de la Policía y él,  no podía creer,  que alguien se preocupe por estas necesidades tan básicas pero importantes.

Ya por la tarde, el Hilakata Frontiniano,  estaba echado en un buen colchón que me pidió le traiga  del Departamento.

Él fue claro al informarles que el colchón del Hilakata, se quedaría para el próximo. También el inodoro comenzó a funcionar, la puerta ya no permitía que otros  presos vean cuando  hacían sus necesidades.

Funcionó,  todo estaba limpio; además compré focos que  iluminó la otrora celda oscura.

Ya estaba casi una semana entre rejas y el abogado que contrató para su defensa, sólo quería dinero, para hacer memoriales, para aceitear a los depolicías, para su transporte, etc.

Parece que todos habían pensado,  que yo era el millonario, pues manejaba una caja chica para gastos menores.

Una mañana muy temprano, le manifesté a Martinez,  que Frontiniano, debía hacer una llamada a los Estados Unidos, para que el dinero adeudado, llegue lo más antes posible y honrar las deudas; aunque la demanda instaurada por la contraparte, pedía además de intereses, pago por daños y perjuicios.

De una deuda de 45.000 dólares, ahora se había convertido en 85.000.

Ya estaba hecha la demanda y no bajarían el monto.

Frontiniano, les propuso hacer el pago del los 45.000 en una semana, pero necesitaba hablar primero con los socios americanos desde su departamento.

Hablé con el Mayor Martinez  y aceptó pero sólo podía salir a las once de la noche y volver a las tres de la mañana, el costo será,  me dijo de 300 dólares.

Además enviaría un custodio apellidado Fernández, que cobraría 40 dólares por hora.

Todo sea por resolver pronto el problema; fue aceptado y pagué a los dos el monto convenido.

Rodriguez me amenazó,  que si había atrasos, también me cobraría por minuto.

Nos fuimos primero a un buen restaurant, luego al departamento.

Se bañó rápidamente,  se puso ropa limpia y marcó el teléfono.

Me fui a la otra habitación discretamente, para que hablen con el Socio en norteamérica.

Fernández se quedó a escuchar, aunque no entendía  el idioma. Pero estaba atento a la palabra dólar,

Poco a poco las palabras comenzaron a subir de tono, un fuck you, fue el acabose de la conversación.

Un silencio prolongado reinó en el ambiente y sólo una sonrisa fingida afloró de sus labios  y me manifestó que sería bueno,  tomar un café.

Regresamos en un taxi, no hablamos nada delante del custodio.

Las calles estaban  vacías y Fernandez estaba ansioso de llegar a la policía y    guardarlo en la mazmorra.

Volvió el Hilakata, estaba serio y  preocupado, algo no andaba bien, deduje que el socio, no estaba en condiciones de pagar la demanda instaurada por el dinero extra.

Había que negociar con el demandante, que ya no tenía el objetivo de recuperar el monto original, quería el doble.

Mientras tanto, Bruce llegó a la mina y no encontró a nadie. Los mineros habían hecho desaparecer, mejor dicho se robaron las compresoras, carretillas, carpas, refrigeradores hasta los chanchos regordetes acabaron como botín.

Encontró sólo basura y  dejaron lo más pesado que no pudieron llevarse.

Volvió con la mala noticia y Frontiniano, casi se desmaya por la bronca acumulada. Toda la inversión, los sueños de tener una mina de oro se perdían entre la selva y la idiosincrasia de la gente que conoció.

Ya no había nada que hacer, ahora era importante mantener la calma y me pidió nuevamente que hable con Rodriguez, para una nueva   salida para hacer otra llamada a los socios.

El Mayor Rodriguez tenía una mirada fría, hablaba lo necesario y no se avergonzaba  para pedir los dólares y ordenar  una nueva salida.

Fernández, ya estaba sentado, ahora más abrigado,  esperando también la paga.

Otra vez en el Departamento, Fernandez, ya preparaba su café sin pedir permiso, mientras el Jefe hablaba en inglés más pausado y tranquilo. Hablaron más de media hora y terminó con una sonrisa triunfal.

Fernandez, también estaba feliz, pero no sé por qué.

Al otro día, Frontiniano se reunió con el acreedor y le manifestó que sus 45.000 ya estaría en su cuenta, una vez desista la demanda. No quiso.

Ya la trampa estaba organizada, si no pagaba los 85.000 cash, iba a ir directo a San Pedro.

Entonces de forma valiente les dijo a los aprovechadores, si entro a San Pedro no verán un solo centavo. Total los trabajadores ya habían acabado con su capital.

Tremenda responsabilidad asumida, porque sin querer estaba en medio del fuego cruzado, la policía me veía como el cajero de Capone, los abogados de la otra parte,  querían saber cuánto de plata tenía realmente el gringo.

En cierta oportunidad, mientras caminaba por el centro de la ciudad, Fernandez,  me hizo seguir con otros dos alcahuetes de Rodriguez.

Pensarían que tenía la plata oculta en algún tapado colonial o tal vez, otra persona,  era la que guardaba los dólares.

Me di cuenta y me reí internamente, por su poca habilidad para seguirme. Me paraba, daba la vuelta para mirarlos y comenzaban a silbar hacia arriba como estudiantes que cometen una travesura.

Así que me fui a caminar por toda la ciudad, al final los perdí, creo que se cansaron.

Fernández estaba furioso,  me encontró en el Prado y sin miedo me dijo: necesito 200 dólares y Martinez también quiere 200 por los favores.

Mira Fernández le dije sin vacilar y  que llegue el millón de dólares y te los daré.

Por lo menos cincuentita, necesito urgente.

-          No tengo plata le dije fríamente.

Qué es pues para ti cincuenta. Dime,  como amigo: ¿ dónde está la otra  plata?

¿Es cierto que llegará un millón de dólares?, lo escuché tartamudear y brillar sus ojos de codicia.

-          Mira Fernandez, estoy en poder de 20 lucas, por lo menos para tu micro.

-          Todo vale gracias, me dijo. Cualquier cosa te aviso y  terminó su aventura de voltear plata, como si fuese su amigo choro, del Barrio Chino.

Al día siguiente, llegué a media mañana a la policía y desde la celda,  me informaron que se habían llevado a Frontiniano hacia la Fiscalía.

En esa época la Fiscalía quedaba en un edificio colonial.

Encontré a su abogado, fingiendo preocupación, pero la verdad deduje, que muchos de ellos,  prefieren crear más  problemas para no resolverlos, porque implicaba más tiempo de trámites y por consiguiente más dinero.

Estaba en Capilla, sólo faltaba una orden del Fiscal y sería conducido a la cárcel de San Pedro, que lo esperaba ansioso.

Ya no se podía hacer nada más, pero entró un nuevo abogado a formar parte de la defensa de Frontiniano, éste era más sagaz.

Me dijo que me aparte de todo contacto con el ítalo-gringo y no tenía nada más que hacer.

Estaban trabajando en la liberación desde los Estados Unidos y que el “papá” de Frontiniano,  llegaría con el dinero para sacarlo de la Fiscalía y volverlo sano y salvo.

Así que le entregué todo al abogado bajo inventario, hasta el dinero de la caja Chica. Me comprometí entregar las llaves del Departamento cuando recoja mi ropa. Firmé un documento, constando, que no tenía nada pendiente nada con la empresa.

Me sentí aliviado de tanta tensión.

Cuando estuve sacando mi ropa del Departamento, apareció Fernández. Estaba nervioso y en crisis.

-          El gringo se ha escapado de la Fiscalía ¿no está aquí?

También su abogado, apareció cansado  y me preguntó si había visto a Frontiniano.

Le dije que no lo había visto desde que estaba en la Fiscalía.

Aproveché para entregarle la llave al abogado en vista de Fernández.

Salimos y me despedí de ellos.

Qué gringo del demonio pensé, era tan inteligente que sin duda,  salió caminando tranquilamente, poniendo en aprietos a la policía, a los fiscales, y al acreedor,  que debió estar con un tremendo infarto, después de perderlo todo.

Me sentí feliz que haya desaparecido y que les haya pagado, con el oro de las chullpas. Ese oro que lo vez y no lo disfrutas.

Ya debe tener setenta años y no supe más de él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Cultura Callawaya, Enrique Oblitas Poblete.














































































































































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